Descripción
Sylvia Ochoa, gran amiga, colega y educadora de amplia trayectoria tanto en el aula como en la orientación personal y familiar, nos ofrece en este texto profundas y sencillas reflexiones para convivir con los adolescentes y orientarlos en ese difícil camino hacia la madurez. De manera especial, brinda una gran ayuda a los padres de familia que deseen reflexionar sobre su propio ser y su quehacer como educadores de sus hijos. Además, los alerta acerca del peligro que gira sobre ellos, ya que, en ocasiones, inmersos en el trajín de lo cotidiano, renuncian a su capacidad de razonar, de decidir y de hacer presencia en la vida de sus hijos, lo cual los lleva a llenar el vacío que deja su ausencia tornándose complacientes y proporcionando a los chicos bienes materiales según su capricho.
Ésta es una época de desconcierto, en la cual los perfiles de lo que se quiere en la educación están confusos, por ello se hace cada vez más difícil saber hacia dónde dirigir las acciones y a quién pedir apoyo. La autora analiza estos peligros y ofrece al lector un texto optimista y sugerente, que ayuda en el conocimiento de los jóvenes adolescentes, cómo orientarlos y apoyarlos en su desarrollo personal, con el fin de que crezcan en autonomía y responsabilidad. Utiliza frases incisivas como: “Exíjase con la valentía de ir más lejos aunque cueste”, porque uno de los problemas mayores en la educación, después de la falta de claridad en el fin que se pretende, es el miedo a exigir, a mantener una línea adecuada de conducta, a ser tachado de retrógrada o de intransigente, lo que desemboca en la renuncia a ejercer la autoridad.
Hace unos años el peligro en cuanto al modo de educar, tal vez era el autoritarismo, hoy es más bien el permisivismo, el temor al fracaso, que paraliza y anula la tarea educativa. La autora nos anima a no tener miedo a equivocarnos, porque “los errores, a pesar de ser desmoralizantes, son insustituible fuente de experiencia y aprendizaje”. Esto vale tanto para los padres como para los hijos, quienes también aprenden de su experiencia cuando, con valentía, la analizan y descubren los aspectos que pueden mejorar. Todos los padres y madres de familia queremos lo mejor para nuestros hijos, por ello debemos sacar fuerzas para remar contra corriente, buscando, por el bien de la familia, los medios necesarios para no desfallecer en nuestra misión.
Soy adolescente: escúchame, compréndeme, exígeme, pone de relieve las características de esa maravillosa y conflictiva edad, destacando las posibilidades de la misma, enseñando un efectivo método de “dar la vuelta” al asunto para no hundirse en los aspectos difíciles sino, por el contrario, volverlos posibilidades. Debido a que en el adolescente las emociones priman sobre la razón, la autora sugiere el ejercicio de la empatía en la comunicación, y enuncia abundantes ejemplos que ilustran cómo practicarla en diversas situaciones. Subraya la importancia de que los padres sean conscientes de reacciones que dificulten este tipo de relación.
Los últimos capítulos ofrecen al lector pautas claras para romper con la incomunicación y presentan diversas formas de ejercer la autoridad. Una de las tareas que la autora nos propone es la de enseñar a razonar, a tomar decisiones, a buscar soluciones y a comprometerse con ellas; es decir, a ejercer una autoridad participativa que permita al joven trazarse metas y entender las consecuencias que se derivan del incumplimiento de sus compromisos.
No se puede ignorar que la brecha generacional existe. Los adolescentes consideran que su forma de vida es la acertada y que los adultos, con su experiencia y conocimientos, pretenden imponer un modelo de vida obsoleto.
Además, interpretan las preguntas y el interés de sus padres como intromisiones o desconfianza. Por ello, estos deben esforzarse por escuchar atentamente a sus hijos, de modo que les puedan ayudar a salir de sus silencios o actividades individualizadas.
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