Descripción
En momentos de santa honradez o de absoluta desesperación la mayoría de nosotros admitimos que podríamos, y deberíamos, ser más eficientes de lo que somos. Sabemos que, con un poco más de cabeza y atención, nuestra vida laboral podría resultar menos frustrante, más organizada y mucho más divertida. Tendríamos más tiempo para pensar, para dirigir, para elevar a la enésima potencia nuestras propias posibilidades de éxito.
No es necesario, ni tan siquiera posible, que un ser humano sea total y permanentemente eficiente. Pero es probable que usted haya leído libros, o asistido a cursos, para aprender a dirigir a su personal, su departamento, su empresa. Este libro le enseñará sencillamente a dirigirse a sí mismo.
Antes de embarcarse en la labor de mejorar su eficiencia, es vital saber lo que es (y lo que no es) la eficiencia. Las definiciones del diccionario no son de gran ayuda. Abundan los conceptos erróneos sobre este tema. Éstos son algunos de los más frecuentes:
— La eficiencia es una mesa limpia y ordenada donde todo está en su sitio y los documentos están colocados de forma correcta.
— La eficiencia no es más que una atención obsesiva al detalle.
— La eficiencia es una característica de espíritus pobres y pedantes: ser muy desorganizado es un claro indicativo de creatividad.
— La eficiencia sólo importa cuando se está en la base del escalafón; no es necesaria cuando uno está en la cumbre planeando grandes estrategias.
— La eficiencia es algo que debe dejarse en manos de una buena secretaria.
— La eficiencia o se lleva en la sangre o no se lleva; si es usted ineficiente de nacimiento, déjese de luchas, relájese y disfrute.
Ninguna de las definiciones arriba mencionadas es cierta y todas ellas son un obstáculo en nuestro esfuerzo por lograr una mayor eficiencia. En contraste, éstos son los hechos:
— Aunque es casi inevitable que el resultado de un desorden crónico sea la ineficiencia, la limpieza crónica no es, en absoluto, prueba de eficiencia. Usted, probablemente, conoce a mucha gente limpia y ordenada cuya ineficiencia es crónica.
— Es imposible ser eficiente si nunca se presta atención al detalle, pero la atención al detalle es un síntoma, no una causa.
— La eficiencia libera, no oprime; la mayor parte de las personas muy creativas son también muy organizadas.
— Pocas personas, si es que hay alguna, llegan a la cima sin ser extremadamente eficientes, cuanto más alto se sube, mayor importancia adquiere la eficiencia.
— Las secretarias pueden ser de gran ayuda para conseguir eficiencia, a pesar del mito existente en las oficinas en contra de esta opinión, pero ni siquiera la más maravillosa y competente de las secretarias puede organizar a un jefe desesperadamente incompetente (sobre todo porque las secretarias maravillosas y competentes no trabajan para jefes desesperadamente incompetentes).
— Aunque algunas personas son, por naturaleza, más organizadas que otras, la eficiencia es una habilidad que puede adquirirse fácilmente, por medio de una serie de métodos y técnicas con los cuales se pueden mejorar enormemente la capacidad y el rendimiento.
Tal vez el error más generalizado con respecto a la eficiencia sea relacionarla con las cosas: agendas al día, lápices bien afilados, archivadores ordenados, etc. Pero no es así. Principalmente, tiene que ver con los seres humanos: usted mismo y aquéllos con quienes trabaja. Así pues, vamos a embarcarnos en la tarea de alcanzar la superefi-ciencia centrándonos en el vínculo crucial existente entre los seres humanos, vínculo que, al parecer, se rompe con tanta frecuencia y conduce a ineficiencias monstruosas: la comunicación.
Después examinaremos las otras seis llaves de la super-eficiencia. Usted aprenderá a administrar el tiempo, evitar la postergación, dominar los datos, generar ideas afortunadas, viajar con mayor creatividad y tratar a la gente con más eficacia.
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