VIVIR EN EL ATARDECER DE LA VIDA -IZQUIERDO, CIRIACO, SAN PABLO

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No hace mucho los previsores del futuro anunciaban una “explosión demográfica” que debía ser detenida a toda costa pa­ra evitar la amenaza de una superpoblación descontrolada. En un período de no más de veinte años el problema se ha vuelto al re­vés. Nos hallamos ante una “implosión” en la que se corre ver­tiginosamente hacia el crepúsculo del potencial humano del pla­neta tierra. Las sociedades llamadas “avanzadas” han llegado a tal nivel de “bienestar” que no desean tener sucesores. La na­ta­li­dad ha sufrido una quiebra radical y las previsiones nos con­du­cen a pensar que en los países desarrollados habrá cada vez me­nos habitantes y de mayor edad. Sólo la inmigración exterior podrá compensar el déficit de nuestro capital humano.

El envejecimiento de la población ha suscitado una gran preo­cupación por la gente de edad. El cuidado de la salud de las personas mayores per­mi­te que vivan más años y las pensiones garantizan recursos para que vivan con suficiente bienestar durante más tiempo. Pero este esfuerzo en beneficio de los mayores no hace más que re­t­rasar las situaciones de des­va­li­mien­to que suelen acompañar el último tramo del ciclo vital. Las hojas del calendario pasan pa­ra todos.

En todo caso, la sociedad de fin de siglo comienza a percibir un gran contingente de personas mayores que son merecedoras de una vida digna. Pero el problema está en que ni la economía ni la salud son suficientes para garantizar la dignidad de los ma­yores. La persona humana tiene una dimensión social y un papel que jugar en la sociedad. Además, precisa de un horizonte que pueda dar sentido a su presente y a su futuro.

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